Iba en las tardes al Balthus y en las mañanas al que tenía en su Universidad.
El primer semestre se echó Cálculo I por inasistencia.
Se llevaba una botella de agua de 500ml, que después debió reemplazar por una de un litro.
Nunca se comió un hot dog, ni mucho menos una sopaipilla. Sólo ingería comida previamente pesada y habiendo realizado antes un estudio de las calorías.
Una vez llegó al extremo de pesar sus fecas para ver si se condecía con su aumento en el peso.
Porque Cisterna subió de peso.
Primero fue la espalda. Luego los bíceps. Después, todo el resto.
Empezó a admirar su atractivo físico. Llegó incluso a sentir deseo por él.
Cuentan que una vez intimó con un hombre.
Los sicólogos dicen que no es raro el paso desde la excesiva valoración de lo que encontramos atractivo en lo propio, hacia la admiración de esos mismos rasgos en lo ajeno. Como una especie de proyección mal enfocada.
Como sea, eso es sólo un rumor.
Lo que no es un rumor es la cantidad de anabólicos que consumió y que a los 24 años lo llevaron a generar un cáncer pancreático que al poco tiempo terminó acabando con su vida.
Aunque lo anterior no se pudo demostrar, ya que “no hay estudios científicos que permitan acreditar la relación de causalidad entre la ingesta reiterada de estos productos (…) y el fallecimiento de la víctima” según recuerdo que estimaba la defensa (y apoyó, fallando a favor, el Tribunal), en la sentencia del “caso Cisterna” (como lo tituló la prensa).
Pero yo nunca les creí a los de la defensa.
Malcolm Hewitt en Estados Unidos, que murió a los 28 en similares circunstancias, Carlo Figgerini en Italia a los 26, Franco López en España a los 31 o Fabián Aranda en Argentina a los 22 me hacían dudar de la inocuidad de las sustancias que se metía al cuerpo.
Por lo demás, esos son solo cuatro de los cincuenta y tres casos que los querellantes llevaron a modo de ejemplo, omitiendo, por supuesto, aquellos que no terminaron en muerte, sino que en esterilidad o en cualquier otro mal (1).
A Cisterna yo lo conocí en el colegio y creo que le pegué una vez. No fue nada serio, pero fui una gota más en el vaso.
La gota que lo rebasa (2) no es la culpable, como dicen.
Por lo menos, no lo es más que el resto del agua que tiene acumulada.
Hay coautoría entre las gotas.
Espero que Cisterna haya encontrado consuelo en el reemplazo de los moretones por músculos, las burlas por cumplidos (le decían “Camión”), y la humillación por la admiración que puede haber sentido cuando entró al gimnasio y lo vio en sus últimos días antes del cáncer, un joven alfeñique igualito al que solía ser él.
Espero que donde esté, encuentre algo de alivio, sabiendo que tantos años cultivando el cuerpo, no fueron en vano:
No lo pudieron enterrar en un ataúd estándar porque de ancho no cabía.
La familia no pudo costear otro más grande, así que lo cremaron.
Espero que encuentre consuelo sabiendo que los gusanos no se van a comer su cuerpo que le costó toda una vida cultivar.
Espero que esté tranquilo, sabiendo que sus cenizas descansan en un ánfora que servirá de ejemplo a las futuras generaciones:
Porque de nada sirven los músculos para conquistar mujeres, si no hay espermios que las fertilicen.
De nada sirve el cuerpo perfecto, si no se sostiene en el tiempo.
De nada sirve Cisterna, si no sirve de ejemplo.
Igual Cisterna nunca sirvió para nada. Por eso le pegábamos.
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(1)A saber: ictericia; acné; temblores; dificultades respiratorias; dolor, hinchazón y edema en articulaciones; aumento de presión arterial; aumento de posibilidades de lesiones en músculos, tendones y ligamentos; entre otros.
(2) En este caso el laboratorio que fabricaba y comercializaba las sustancias, aunque en nuestro país se disfrazó de Fisco, por “falta de servicio” según estimaban los demandantes (resumiendo el argumento: porque al permitir el ingreso y la distribución al país, no hubo fiscalización suficiente y no se advirtió acerca de los peligros que podía acarrear el consumo reiterado).